A Casa Invisível
in La Gaveta, Revista de Arte y Literatura, Cuba, Março 2022 No princípio, a dúvida: devo contar esta história na primeira pessoa ou inventar-me como personagem? Se o uso do ‘eu’ narrativo aproxima o leitor do que está a ser narrado, a segunda possibilidade potencia a amplitude do narrador. E mais, se sou personagem, como me chamo, eu que toda a vida sonhei ser David? A verdade é que cheguei a Santiago de Las Vegas num domingo, precisamente como o domingo em que escrevo que cheguei a Santiago de Las Vegas num domingo. Comigo estavam Sandra e Teno, ou melhor, com David estavam Ema e Gustavo, se forem personagens. Eu vinha de Portugal. Sandra do Chile, Teno do México. Éramos alunos da Escola de Cinema. Queríamos ir e estar em Santiago de Las Vegas porque sabíamos que ali tinha nascido, a 15 de Outubro de 1923, Italo Calvino, um dos maiores escritores italianos do século XX, que muito admirávamos. E logo aqui, a incerteza: afinal, de quem falamos quando falamos de um italiano nascido em Cuba chamado Italo para que jamais se esquecesse que tinha origens italianas, e que anos mais tarde escreveria um livro sobre cinquenta e cinco cidades diferentes que mais não são que Veneza? Recuo: Italo Calvino, um dos maiores escritores italianos do século XX, nasceu a 15 de Outubro de 1923 em Cuba, na pequena aldeia de Santiago de Las Vegas, Boyeros, La Habana, a poucos quilómetros do aeroporto José Martí, porta principal de entrada no e saída do país. Os seus pais eram ambos botânicos: Mario, anarquista, Giuliana, pacifista. David, Ema e Gustavo chegaram a Santiago de Las Vegas num domingo de Fevereiro. Vinham da Escola de Cinema, onde estudavam, precisamente com o propósito de encontrar a casa onde nasceu Calvino, que tanto admiravam. O objectivo era simples: cada um de nós deixaria um exemplar de um dos seus livros preferidos de Calvino à sua porta: O Cavaleiro Inexistente, Se Numa Noite de Inverno Um Viajante e As Cidades Invisíveis. Os três acreditavam que um gesto simbólico como estes actuaria nas forças do inconsciente e das sincronicidades e, à falta de mais, que aquele era um acto de uma grande beleza e que a vida de cada um iria ser melhor a partir dali, entre o bem estar, o consolo e a sabedoria. Tinham jurado que o iriam fazer na noite anterior, já muito acelerados no La Zorra Y El Cuervo, a beber cubanitos uns atrás dos outros e a ouvir o Sexteto Jazzistico Moderno a tocar Las Ciudades y el Deseo, tema free jazz composto em homenagem ao mestre. Ou pelo menos essa foi a ideia com que ficaram quando saíram do clube, decididos a ir a Santiago de Las Vegas na manhã seguinte. A tudo isto acresceu a coincidência de Miguelito, o condutor que os levara até lá, lhes ter garantido que era neto de Elena, parteira de Giuliana, mãe de Italo. David sentiu então que estas sincronicidades deviam ter um contraponto, um peso na direcção oposta, como um balancé que vem para um lado e vai para o outro. E não se enganou nessa intuição quando Miguelito não conseguiu encontrar a casa do escritor e nos deixou em frente a uma livraria com o seu nome, fechada por ser domingo. A fome apertava e três bolos de goiaba comprados a Elias na Calle 2 fizeram-nos seguir caminho até à CNA Dos Hermanos (antiga Cafeteria Mozambique), onde três pessoas nos juraram a pés juntos três endereços diferentes da casa onde Calvino nascera. Uma das juradas, chamada Sandra, chegou a garantir a Ema que tinha conhecido Calvino quando ele regressou a Santiago de Las Vegas em 1964, para visitar a casa onde nasceu, e que ele lhe dissera: hay que volver siempre, no?, e ele voltou como tu voltaste, dizia Sandra virada para Ema. Eu já te vi aqui, insistia. Ema, mais velha, garantia que era a primeira vez, mas houve uma altura onde até eu não tive a certeza. Dali fomos para o antigo cinema Siboney onde Gustavo meteu conversa com outro tipo chamado Elias, que não o dos bolos de goiaba, que dizia que a casa de Calvino era depois do mercado agropecuário, passado o estádio da Escuela Nacional de Hockey Antonio Maceo. Elias tinha a certeza do que dizia, afinal aquele casarão tinha sido o horto de todos os jardins públicos de La Habana, como nos confirmaria Teresa, uma mulher elegante de muita idade que ali estava sozinha, sentada, iluminada por um raio de sol que parecia atravessar toda a folhagem das árvores até ao seu corpo, vestido de branco, sentado na ombreira, revelando-a como uma aparição — estava à vossa espera, já sabia que estavam cá: vêm ver a casa e os jardins de Mario e Giuliana, não? — E perante o nosso espanto contou-nos a sua história de vida, os bons tempos em que o seu horto abastecia os jardins de la Habana, em que todos, do Presidente da República ao cantoneiro lhe elogiavam as plantas e agora ela ali estava sozinha, à espera da morte ou de visitantes ocasionais que, ao engano ou não, pensavam que aquela era a casa de Calvino. Teresa conhecera-o em 64, ele próprio lhe garantira ter nascido ali, naquela casa. Mas nunca teve a certeza. No final, estávamos confusos e com sede. Parámos para beber um cubanito algures e, antes de voltar a Santo António de los Baños, deixámos os livros que trouxemos na base da frondosa ceiba do parque José Martí. A incerteza tinha-nos tomado por todo. Mas sabíamos que colocar livros do autor do Barão Trepador sob uma árvore não podia ser uma ideia descabida. // Al principio, una duda: ¿debo contar esta historia en primera persona o inventarme como personaje? Si el uso del yo narrativo acerca al lector a lo que será narrado, la segunda posibilidad aumenta la amplitud del narrador. Es más, si soy un personaje, ¿cómo me llamo, yo que toda mi vida soñé con ser David? La verdad es que llegué a Santiago de Las Vegas un domingo, igual que el domingo que escribo que llegué a Santiago de Las Vegas un domingo. Conmigo estaban Sandra y Teno, mejor dicho, con David estaban Ema y Gustavo, si fueran personajes. Yo venía de Portugal, Sandra de Chile, Teno de México. Éramos alumnos de la Escuela de Cine. Queríamos ir y estar en Santiago de Las Vegas porque sabíamos que allí había nacido, el 15 de octubre de 1923, Italo Calvino, uno de los más grandes escritores italianos del siglo XX, a quien admirábamos mucho. Y aquí mismo, la incertidumbre: al fin y al cabo, ¿de quién estamos hablando cuando hablamos de un italiano nacido en Cuba que se llama Italo para que nunca se olvidara de que tenía orígenes italianos y que años después escribiría un libro sobre las cincuenta y cinco ciudades diferentes que no son más que Venecia? Replanteo: Italo Calvino, uno de los más grandes escritores italianos del siglo XX, nació el 15 de octubre de 1923 en Cuba, en la pequeña aldea de Santiago de Las Vegas, Boyeros, La Habana, a pocos kilómetros del aeropuerto José Martí, principal puerta de entrada y salida del país. Sus padres eran ambos botánicos: Mario, anarquista, Giuliana, pacifista. David, Ema y Gustavo llegaron a Santiago de Las Vegas un domingo de febrero. Venían de la Escuela de Cine, donde estudiaban, precisamente con el propósito de encontrar la casa donde nació Calvino, a quien tanto admiraban. El objetivo era simple: cada uno de nosotros dejaría una copia de uno de sus libros favoritos de Calvino en la puerta: La leyenda del caballero sin cabeza, Si en una noche de invierno un viajero y Las ciudades invisibles. Los tres creían que un gesto simbólico como este actuaría sobre las fuerzas del inconsciente y las sincronicidades y, a falta de más, que se trataba de un acto de gran belleza y que la vida de cada uno sería mejor a partir de entonces, entre el bienestar, el consuelo y la sabiduría. Habían jurado que lo harían la noche anterior, ya muy eufóricos en La Zorra Y El Cuervo, bebiendo cubanitos uno tras otro y escuchando el Sexteto Jazzistico Moderno tocando Las Ciudades y el Deseo, un tema de free jazz compuesto en homenaje al maestro. O al menos esa fue la idea que se llevaron al salir del club, decididos a ir a Santiago de Las Vegas a la mañana siguiente. A todo esto, se sumaba la coincidencia de que Miguelito, el chofer que los había llevado allí, les aseguró que era nieto de Elena, partera de Giuliana, mamá de Italo. David sintió entonces que demasiadas sincronicidades debían tener un contrapunto, un peso en la dirección opuesta, como un sillón que viene de un lado y va para el otro. Y no se equivocó en esa intuición cuando Miguelito no pudo encontrar la casa del escritor y nos dejó frente a una librería con su nombre, cerrada porque era domingo. El hambre apretaba, y tres boyitos de guayaba comprados a Elías en la Calle 2 nos ayudaron a continuar hasta CNA Dos Hermanos (antigua Cafetería Mozambique), donde tres personas juraron a brazo partido tres direcciones diferentes de la casa donde Calvino naciera. Una de los testimoniantes, llamada Sandra, incluso aseguró a Ema que había conocido a Calvino cuando éste regresó a Santiago de Las Vegas en 1964, para visitar su casa natal, y que él le había dicho: hay que volver siempre, ¿no?; y él volvió como lo hiciste tú, dijo Sandra mirando en sentido de Ema. Te he visto aquí, insistió. Ema, mayor, me aseguró que era la primera vez, pero hubo un momento en que hasta yo estaba inseguro. De ahí nos dirigimos al viejo cine Siboney donde Gustavo se puso a conversar con otro tipo llamado Elías, que no era el de los boyitos de guayaba, quien decía que la casa de Calvino estaba detrás del agromercado, pasando el estadio de la Escuela Nacional de Hockey Antonio Maceo. Elías estaba seguro de lo que decía, después de todo en esa casona había estado el huerto de todos los jardines públicos de La Habana, como confirmaría Teresa, una mujer elegante, muy anciana que estaba allí sola, sentada, iluminada por un rayo de sol que parecía atravesar todo el follaje de los árboles hasta su cuerpo, vestida de blanco, sentada en el contén, revelándose como una aparición – los estaba esperando, ya sabía que estaban aquí: vienen a ver la casa y los jardines de Mario y Giuliana, no? - Y ante nuestro asombro, nos contó la historia de su vida, los buenos momentos cuando su huerto abastecía los jardines de La Habana, cuando todos, desde el Presidente de la República hasta el lugareño, alababan sus plantas y ahora estaba allí solita, esperando la muerte o visitantes ocasionales que, por error o no, pensaban que aquella era la casa de Calvino. Teresa lo había conocido en el 64, él mismo le había asegurado que había nacido allí, en esa casa. Pero nunca tuvo la seguridad. Al final, estábamos confundidos y sedientos. Paramos a tomar un cubanito en algún lugar y, antes de regresar a Santo António de los Baños, dejamos los libros que llevábamos al pie de la frondosa ceiba del Parque José Martí. La incertidumbre se había apoderado de nosotros. Pero sabíamos que poner libros del autor de El Barón rampante debajo de un árbol, no era una idea descabellada. |
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